lunes, 24 de octubre de 2022

 ¿Qué es la violencia de género?

Distintas formas en que se ejerce violencia

Los distintos discursos que circulan en la sociedad –culturales, políticos, estéticos, morales, entre otros– suelen naturalizar o tomar como afirmaciones que no admiten discusión un conjunto de atributos e ideas respecto de lo que es ser varón y lo que es ser mujer, qué se espera de cada una/o de ellas/os, qué actitudes, modales e incluso posturas corporales deben adoptar y qué roles sociales deben o están capacitados para desempeñar. Al mismo tiempo se construyen representaciones colectivas que definen criterios de “normalidad” (es decir, lo que es supuestamente “normal”, lo que se espera que sean o hagan varones y mujeres) adecuados a los géneros. Los géneros son construcciones sociales, culturales e históricas que establecen patrones de comportamiento, roles y prácticas sociales diferenciales según el sexo asignado al nacer. El género se construye a partir de los procesos de socialización primaria pero continúa durante toda la vida. Los modos socialmente admitidos de ser mujer o varón han cambiado con el tiempo y con ellos las nociones de masculinidad y feminidad. En las sociedades occidentales, particularmente a partir del surgimiento del capitalismo, se produjo una nueva división sexual del trabajo en la que los varones asumen el rol dominante, de control y de la manutención económica de la familia, trabajan fuera de la casa y relegan a las mujeres al hogar y al cuidado de las hijas/os. Al mismo tiempo emergen ciertas nociones de ser hijo, padre, compañero, macho, “sexo fuerte” y amante como formas predominantes de ser varón frente a ser hija, madre, “sexo débil”, sujeto no deseante, casta, pasiva y sumisa como formas de ser mujer. Así, el mundo se divide de una manera binaria, donde se coloca a las mujeres en situaciones de asimetría, sometimiento y desvalorización dentro de un orden social en el que los varones y lo masculino asumen un rol dominante.

Esta visión de la masculinidad se suele expresar no sólo en situaciones donde esa desigualdad es explícita, también se da cotidianamente en discursos, refranes, proverbios, adivinanzas y poemas; dichos tales como “los varones no lloran” o “las mujeres son más sentimentales”; canciones como las que dicen “No es culpa mía si me porto mal, que es lo que buscas, si te me acercas más, no es culpa mía si me porto mal” (“Si me porto mal” de Dasoul, 2015); afirmaciones que adquieren categoría de cierto sentido común, como “las mujeres no saben conducir vehículos”; representaciones gráficas, pinturas (las mujeres cuidan o amamantan a sus hijos y los varones están en la guerra); publicidades (generalmente las mujeres aparecen en espacios domésticos, promocionando productos de limpieza o electrodomésticos y los varones en el espacio público, promocionando automóviles, viajes o inversiones financieras); y, en general, en la exposición del cuerpo de las mujeres tratadas como objetos de consumo y de erotización. Para caracterizar esta situación, en la década de 1980 surgió el concepto de “masculinidad hegemónica” entendido como un modelo que implica prácticas concretas (es decir, no solo un conjunto de estereotipos o expectativas) que refuerzan la continuidad del dominio de los varones sobre las mujeres y legitiman ideológicamente la subordinación global de las mujeres a los varones, quienes son depositarios de los privilegios patriarcales.

Este sistema da lugar y habilita la violencia de género que se define a partir de una relación desigual de poder y se expresa en cualquier tipo de violencia: física, psicológica, sexual, económica y simbólica ejercida contra cualquier persona sobre la base de su género. Según la Ley Nacional N.º 26.485 de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres “se entiende por violencia contra las mujeres toda conducta, acción u omisión que, de manera directa o indirecta tanto en el ámbito público como en el privado basada en una relación desigual de poder, afecte su vida, libertad, dignidad, integridad física, psicológica, sexual, económica o patrimonial, participación política, como así también su seguridad personal. Quedan comprendidas también las perpetradas desde el Estado o por sus agentes. Se considera a su vez violencia indirecta a toda conducta, acción u omisión, disposición, criterio o práctica discriminatoria que ponga a la mujer en desventaja con respecto al varón”.

Los últimos movimientos feministas adquieren cada vez más importancia en la lucha por la igualdad

Los conceptos de violencia de género y de violencia contra las mujeres suelen utilizarse como sinónimos. Esto es así, fundamentalmente, porque la mayoría de los tratados y convenciones internacionales hacen referencia a las mujeres cuando hablan de violencia de género. Y también porque, como vimos anteriormente, vivimos en una sociedad en la que el género se define de manera binaria. Sin embargo, el concepto de violencia de género es más amplio. Las desigualdades de género son estructurales, e impactan tanto en mujeres como en personas con identidades de género y orientaciones sexuales que no responden a los mandatos patriarcales. El femicidio, el travesticidio o el transfemicidio son la expresión más visible y extrema de una cadena de violencias estructurales realizadas por un sistema cultural, social, político y económico basado en la división binaria excluyente entre los géneros. Estos crímenes constituyen el extremo de un continuum de violencias que comienza con la expulsión del hogar, la exclusión del sistema educativo, del sistema sanitario y del mercado laboral, la iniciación temprana en el trabajo sexual, el riesgo permanente de contagio de enfermedades de transmisión sexual, la criminalización, la estigmatización social, la patologización, la persecución y la violencia policial.
La violencia de género se expresa de muchas formas y en distintos ámbitos. Por ejemplo, en el acoso callejero en el espacio público, donde se cosifica, degrada o insulta a las mujeres. También en los medios de comunicación cada vez que se relega a las mujeres a un rol figurativo de “animadora” o “presentadora” o cuando se habla de femicidios en términos de “crimen pasional”. 
También es violencia cada vez que los varones realizan acciones discriminatorias que excluyen a las mujeres de las posiciones de autoridad, por ejemplo, cuando no se valoran sus palabras y sus ideas, interpretando sus reivindicaciones como “caprichos” o se las infantiliza negativamente tratándolas de “chicas”. Si bien las luchas históricas de los movimientos de mujeres en la Argentina han ocasionado cambios importantes, aún las desigualdades y la violencia de género están lejos de haber sido erradicadas completamente. Las estadísticas son muy claras cuando muestran los bajos niveles de participación de las mujeres en los puestos de poder y decisión en la economía y en la política. Otra de las maneras en que opera la violencia de género es a través del lenguaje. El lenguaje no es neutro, es un campo de múltiples intereses en el que se dirimen diversas luchas por la distribución del poder, entre ellas por el predominio y la universalización del género masculino como el dominante. El lenguaje construye realidad y la hace visible o la invisibiliza. Muchas veces contribuye a producir situaciones de discriminación o exclusión. El lenguaje se encuentra en permanente revisión y cambio, y la Educación Sexual Integral es una puerta para incidir en un debate que no está cerrado. En este sentido, las intervenciones sobre el lenguaje (tales como el uso de la x, la @, el * o la e) responden a una reacción que intenta visibilizar situaciones percibidas como injustas o lo que a grandes rasgos se denomina lenguaje sexista.

Por último, un enfoque interseccional permite reflexionar sobre las maneras en que el género se cruza y tensa con otras diferencias identitarias —la clase, la etnicidad, la edad, la discapacidad—. La vida de las mujeres indígenas hoy, insertas en sus culturas específicas y en una sociedad de clases envolvente, entraña una doble discriminación: racial/étnica y de género; en muchos casos acompañada por la condición de clase en la que viven muchas de ellas. De forma similar, las personas del colectivo LGTBIQ+ que a su vez son migrantes de países vecinos, padecen particulares modos de violencias y discriminaciones. Asimismo, las niñas y mujeres con discapacidad tienen mayores probabilidades de enfrentar desventajas, violencia y denegación de justicia que las mujeres sin discapacidad. La desigualdad se acentúa por el aislamiento social que deriva de ser infantilizadas y sobreprotegidas, respecto de los varones en la misma condición. El empleo de una mirada interseccional facilitará el reconocimiento de la diversidad y revelará la desigualdad social que margina y persigue a las personas que no cumplen con el modelo único o heteronormativo delimitado por el sistema sexo-género. Realizar las jornadas en esta clave ayudará a visibilizar cómo convergen, se superponen y complementan distintas identidades en relación con la violencia de géneros.

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